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Miami no encuentra consuelo ante la pérdida de José

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 Desamparo. Esa es la sensación que embarga hoy a Miami, que se ha quedado sin ídolos deportivos que adorar.

Tras la partida de Dwyane Wade del Heat a los Chicago Bulls, ese lugar especial en la fanaticada los ocupó José Fernández, el chico que se robó los corazones del sur de la Florida con su permanente sonrisa y su fiereza como competidor.

La devastadora noticia con que despertamos el domingo nos deja en un estado de negación ante la tragedia, como se debieron sentir los puertorriqueños aquel 1 de enero de 1973, al enterarse de la muerte de su ídolo Roberto Clemente.

Yiki Quintana, narrador en español de los juegos de los Marlins, lo llamaba Joseíto, por aquel inmortal de la música cubana de igual nombre, autor de La Guantanamera, la canción más universal salida de la isla.

Y rápidamente la afición lo acogió como tal, porque su alegría contagiosa de muchacho era más un Joseíto que un adulto José Fernández.

Ahora nos quedamos sin Joseíto, cuando la vida la sonreía como nunca.

El jueves antes de la tragedia tuve la oportunidad de una charla informal con él. Irradiaba felicidad porque había pasado saludable su primera temporada completa, después de la operación Tommy John.

Y porque esperaba a su primera hija, fruto de la relación con su novia.

El futuro se presentaba brillante para la joven estrella, quien a pesar de su fama, nunca dejó de ser el mismo chiquillo de siempre, incluso cuando subía a la lomita a lanzar con una energía única.

No, no se transformaba en un fiero competidor. Simplemente competía con la fiereza de los niños en las Pequeñas Ligas, algo que pierden muchos jugadores cuando se hacen profesionales.

Más allá de sus estadísticas, que lo encaminaban a ese sitial especial reservado sólo a unos pocos elegidos, su grandeza puede palparse por el respeto y admiración que provocaba en sus rivales.

“La luz que trajo al juego de béisbol era más brillante que las luces de los estadios”, dijo Bryce Harper, estrella de los Nacionales de Washington.

El dominicano David Ortiz, quien iba a recibir un homenaje en su último juego en Tampa antes de retirarse, pidió que lo suspendieran y dedicaran el día a honrar la vida de la fugaz estrella que fue José.

Entretanto, aquí en Miami seguimos preguntándonos, sin encontrar respuesta, por qué se nos fue tan pronto el joven que todos abrazamos como símbolo del triunfo en la búsqueda del sueño americano. (Por Jorge Morejon, Especial para Hispanic News Agency)